Es posible que Miguel de Cervantes empezara a escribir el Quijote en alguno de sus periodos carcelarios a finales del siglo XVI, mas casi nada se sabe con certeza. En el verano de 1604 estaba terminada la primera parte, que apareció publicada a comienzos de 1605 con el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. El éxito fue inmediato. En 1614
aparecía en Tarragona una continuación apócrifa
escrita por alguien oculto en el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, quien acumuló en el prólogo insultos contra el
verdadero autor.
Génesis del Quijote
Considerado en su conjunto, el Quijote ofrece una anécdota bastante sencilla, unitaria y bien trabada: un hidalgo manchego, enloquecido por su desmedida afición a la lectura de libros de caballerías, decide hacerse caballero andante y sale tres veces de su aldea en búsqueda de aventuras, siempre auténticos disparates, hasta que regresa a su casa, enferma y recobra el juicio. Sin embargo, el conjunto de la trama no está diseñado de un tirón, sino que responde a un largo proceso creativo, de unos veinte años, un tanto sinuoso y accidentado: cabe la posibilidad de que Cervantes ni siquiera imaginara en los inicios cuál sería el resultado final.
Algunos cervantistas han defendido la tesis de que Cervantes se propuso inicialmente escribir una novela corta del tipo de las Novelas ejemplares. Esta idea se basa en la unidad de los seis primeros capítulos, en los que se relata la primera "salida" de don Quijote, su regreso a casa descalabrado y el escrutinio de su biblioteca por el cura y el barbero. Otra razón es la estrecha relación entre el comienzo de cada uno de estos seis capítulos iniciales y el final del anterior. Y también apoya esta teoría la semejanza entre el relato de la primera salida y el anónimo Entremés de los romances, donde el labrador Bartolo, enloquecido por la lectura de romances, abandona su casa para imitar a los héroes del romancero, defiende a una pastora y resulta apaleado por el zagal que la pretendía, y cuando es hallado por su familia imagina que lo socorre el marqués de Mantua. Pero la hipótesis del relato breve es rechazada por otros estudiosos, que consideran que Cervantes planeaba desde el principio una novela extensa.
Estructura
En el desarrollo interno de relato pueden apreciarse tres partes, que corresponden a las tres salidas del hidalgo en busca de aventuras. En la primera parte del Quijote (1605) se relatan dos salidas (del capítulo 1 al 6 la primera, y del capítulo 7 al 52 la segunda). La 74 capítulos de la segunda parte del libro (1615) contienen la tercera y última salida de don Quijote. A pesar de su idéntico desenlace (en todas ellas el hidalgo regresa derrotado a su aldea), las diferencias entre estas tres partes son notables.
La primera ha de ocuparse previamente, como es natural, de presentar al personaje y explicar el proceso que lo lleva a la locura. "Del poco dormir y del mucho leer" libros de caballerías, nos dice Cervantes, un hidalgo cincuentón llamado Alonso Quijano "vino a perder el juicio". Esa locura le conduce a tener por históricas y realmente ocurridas las más fantasiosas peripecias de los caballeros andantes, y a concebir el disparatado proyecto de convertirse en uno ellos. Con armas anacrónicas y un flaco rocín (Rocinante), abandona sin ser visto su casa en busca de lances en los que piensa sostener a los débiles, acreditar su valor, cobrar inmortal fama y hacerse digno del amor de Dulcinea del Toboso, que no es sino la transmutación en gran dama de una moza labradora de la que anduvo enamorado.
Alonso Quijano enloquece leyendo libros de caballerías (ilustración de José del Castillo, 1780)
Ya incluso en esta primera salida, cuyo relato manifiesta una mayor
cohesión que las restantes, se revela el entramado estructural de la
obra,
construida sobre una serie de unidades narrativas en apariencia
independientes. El Quijote, en efecto, debe considerarse una
novela episódica;
la narración de cada una de las tres salidas consiste fundamentalmente
en una sucesión de episodios o "aventuras" que hasta cierto
punto admite una lectura separada, en el sentido de que cada uno de
ellos es un relato completo, con su planteamiento, nudo y desenlace.
Así, tres son los episodios que componen la primera salida: Don
Quijote es armado caballero en una burlesca ceremonia celebrada en una
venta,
libera a Andrés y obliga a su amo Juan Haldudo a pagarle la soldada, y
es apaleado por los mercaderes toledanos a los que pretende obligar a
declarar
que Dulcinea del Toboso no tiene parangón en el mundo. Un vecino recoge y
devuelve al maltrecho hidalgo a su casa, donde, al conocer la causa de
su desvarío, el cura y el barbero condenan a la hoguera sus libros de
caballerías, en lo que hubiera sido un muy adecuado desenlace para
una novela ejemplar.
Un mero suceso argumental, pero de trascendentales consecuencias
literarias, es la causa de la abismal diferencia entre la primera salida
y las siguientes:
la incorporación de un nuevo personaje, Sancho Panza, con rango de
coprotagonista. Don Quijote, en efecto, logra convencer a Sancho Panza,
"un
labrador amigo suyo, hombre de bien [...] pero de muy poca sal en la
mollera", de que lo acompañe como escudero en sus aventuras,
asegurándole
que podía ser "que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y
le dejase a él por gobernador della."
A partir de ahora, Cervantes no necesitará hacer monologar a su
personaje; en contraste con la primera salida, el relato cobra singular
viveza
y animación y se enriquece con la nueva perspectiva que aporta Sancho,
en ciertos aspectos opuesta y en otros complementaria a la de don
Quijote.
Y de una aventura a otra, es decir, entre o dentro de los múltiples
episodios relatados a lo largo de la segunda y de la tercera salidas,
tendrán
lugar los célebres y sabrosísimos diálogos entre el caballero y el
escudero.
Desde el punto de vista estructural, ha de constatarse asimismo una
característica prontamente observada que distingue la segunda salida de
la
tercera, y de hecho las dos partes de la novela. Pensando que seguir
siempre los pasos de don Quijote y Sancho podría resultar prolijo, e
influido
por el ideal de variedad que caracteriza la narrativa renacentista,
Cervantes intercaló entre las aventuras del caballero y el escudero una
serie
de relatos con escasa conexión con la acción principal: la historia de
Crisóstomo y Marcela, la historia de Cardenio, la novela El
curioso impertinente, la historia del cautivo y la de Leandra y
Vicente de la Rosa. Sensible a las críticas adversas de los lectores,
que más
querían saber de la pareja protagonista que de historia secundarias,
Cervantes abandonó esa práctica en la segunda parte, aunque todavía
incluyó en ella la historia de las bodas de Camacho.
Los personajes
La consideración del Quijote como novela episódica no debe llevar a entender la obra como una sucesión de compartimentos estancos; todo lo contrario, las interconexiones entre los episodios son múltiples, lo que parecen aventuras completas no siempre los son (lo verdaderamente ocurrido entre Andrés y Juan Haldudo no se conoce hasta el capítulo 31) o bien no son correctamente interpretadas, ciertos personajes o motivos reaparecen en distintos lances, y cada una de las peripecias desempeña su función dentro del conjunto de la obra. Uno de los aspectos que mejor refleja la subordinación de los episodios al conjunto es la evolución de los protagonistas; a lo largo de la narración, su modo de ser se ve modificado como resultado de las experiencias por las que atraviesan.
Así, don Quijote sigue un proceso que puede definirse como de pérdida y progresiva recuperación del juicio, hasta su definitiva curación. El desencadenante de su locura (que es a su vez el motor de la acción) es su desmesurada afición a los libros de caballerías, que lo lleva a forjar el quimérico proyecto de resucitar en el siglo XVII la caballería medieval. Pero la enajenación de Don Quijote no se manifiesta únicamente en este propósito; de hecho, lo más llamativo de su trastorno es su alucinada percepción de la realidad.
Del mismo modo que el enamorado, confundido por la fuerza de su
pasión, cree ver, a lo lejos o de espaldas, a su amada en otras mujeres,
el deseo
de aventuras trastoca los sentidos de don Quijote. Si, en la lejanía,
las aspas de los molinos le parecen gigantes agitando sus brazos, es
porque
don Quijote proyecta en la realidad lo que fervientemente desea ver: un
mundo medieval conforme al descrito en los libros (con sus gigantes,
castillos,
encantadores, ejércitos, hermosas damas y valientes caballeros) en el
que está firmemente decidido a acreditar su valía como caballero
andante.
Tal estado alucinatorio no es permanente, y de hecho resulta habitual que, tras un desenlace desastroso de la aventura, la evidencia de los sentidos se imponga al hidalgo. Pero tampoco entonces reconoce su error anterior, sino que halla también en el universo caballeresco de su mente una explicación de lo ocurrido en la realidad: los envidiosos y malignos encantadores que le persiguen convirtieron en el último momento a los gigantes en molinos para arrebatarle la gloria del triunfo; y así, el recurso a los encantadores u a otros expedientes similares mantiene a don Quijote en sus trece.
Don Quijote
Conforme al citado proceso de pérdida y recuperación del juicio, la locura de don Quijote presenta matices distintos en sus tres salidas en busca de aventuras. En la primera salida, hay que sumar al trastorno perceptivo (que lo lleva transformar en castillo la venta en que necesita ser armado caballero) los desdoblamientos de personalidad que sufre tras el apaleamiento de los mercaderes toledanos; don Quijote cree ser primero Valdovinos, héroe del romancero, y luego el moro Abindarráez, protagonista de una célebre novela morisca recogida por Antonio de Villegas.
Don Quijote y Sancho (ilustración de José del Castillo, 1780)
Los personajes
La consideración del Quijote como novela episódica no debe llevar a entender la obra como una sucesión de compartimentos estancos; todo lo contrario, las interconexiones entre los episodios son múltiples, lo que parecen aventuras completas no siempre los son (lo verdaderamente ocurrido entre Andrés y Juan Haldudo no se conoce hasta el capítulo 31) o bien no son correctamente interpretadas, ciertos personajes o motivos reaparecen en distintos lances, y cada una de las peripecias desempeña su función dentro del conjunto de la obra. Uno de los aspectos que mejor refleja la subordinación de los episodios al conjunto es la evolución de los protagonistas; a lo largo de la narración, su modo de ser se ve modificado como resultado de las experiencias por las que atraviesan.
Así, don Quijote sigue un proceso que puede definirse como de pérdida y progresiva recuperación del juicio, hasta su definitiva curación. El desencadenante de su locura (que es a su vez el motor de la acción) es su desmesurada afición a los libros de caballerías, que lo lleva a forjar el quimérico proyecto de resucitar en el siglo XVII la caballería medieval. Pero la enajenación de Don Quijote no se manifiesta únicamente en este propósito; de hecho, lo más llamativo de su trastorno es su alucinada percepción de la realidad.
La aventura de los molinos (óleo de José Moreno Carbonero, 1878)
Tal estado alucinatorio no es permanente, y de hecho resulta habitual que, tras un desenlace desastroso de la aventura, la evidencia de los sentidos se imponga al hidalgo. Pero tampoco entonces reconoce su error anterior, sino que halla también en el universo caballeresco de su mente una explicación de lo ocurrido en la realidad: los envidiosos y malignos encantadores que le persiguen convirtieron en el último momento a los gigantes en molinos para arrebatarle la gloria del triunfo; y así, el recurso a los encantadores u a otros expedientes similares mantiene a don Quijote en sus trece.
Don Quijote
Conforme al citado proceso de pérdida y recuperación del juicio, la locura de don Quijote presenta matices distintos en sus tres salidas en busca de aventuras. En la primera salida, hay que sumar al trastorno perceptivo (que lo lleva transformar en castillo la venta en que necesita ser armado caballero) los desdoblamientos de personalidad que sufre tras el apaleamiento de los mercaderes toledanos; don Quijote cree ser primero Valdovinos, héroe del romancero, y luego el moro Abindarráez, protagonista de una célebre novela morisca recogida por Antonio de Villegas.
Tales desdoblamientos desaparecen en la segunda salida: Alonso
Quijano será siempre don Quijote, su deseo de aventuras le lleva a ver
gigantes
en los molinos y ejércitos en los rebaños, y en esa línea se mantendrá
pese a que su locura parece subir de punto en episodios
como la penitencia de Sierra Morena, en el que don Quijote decide imitar
la penitencia que hizo Amadís tras ser desdeñado por Oriana pese
a no haber padecido ningún desdén por parte de su Dulcinea.
Representación de la ópera Don Quijote (1910), de Jules Massenet
El mes de reposo que transcurre entre la segunda y la tercera salida
parece hacer bien a don Quijote. En efecto, en la tercera salida, que
corresponde
al segundo volumen de la obra (1615), el hidalgo conserva intacto su
propósito y se lanza de nuevo con Sancho en busca de aventuras, pero
apenas
si experimenta alguna de aquellas alucinaciones que distorsionaban la
realidad conforme a su deseo. Ahora bien, sin esa locura alucinada,
generadora de
la acción
e incluso de los supuestos espacios en que se enmarcan los lances, ¿cómo
pueden surgir nuevas aventuras?
Resulta que un suceso en apariencia menor, acaecido entre la segunda y
la tercera salida, va a modificar sustancialmente el carácter de las
aventuras
de la segunda parte del libro: el hecho real, pero también
recogido en la ficción, de que la primera parte de las aventuras de don
Quijote y Sancho ha sido publicada. Los personajes de la segunda parte
han leído la primera parte (el bachiller la comenta incluso con sus
protagonistas
en los capítulos 3 y 4) o, cuando menos, han oído hablar de una obra que
ha hecho famosos por toda España a don Quijote y Sancho.
De este modo, es frecuente en esta segunda parte que, cuando el
caballero y el escudero llegan a cierto sitio, sean reconocidos de
inmediato por los
demás personajes como aquellos singulares don Quijote y Sancho cuya vida
anda impresa en libros. Y son entonces los demás personajes los
que, sabedores de la locura del amo y de la simplicidad del criado,
inventan para ellos falsas aventuras sin otra idea que regocijarse
viéndolos
en acción, de modo que es el propio mundo, sin interferencia de la
percepción del hidalgo, el que se convierte en caballeresco.
Es el caso de los duques, que reciben y acogen en su casa al hidalgo
como verdadero caballero (capítulos 30-52) y tejen para divertirse
fingidas
aventuras como la de Clavileño, supuesto caballo volador que ha de
llevar al caballero y al escudero a los dominios del gigante Malambruno,
al que
debe vencer para desencantar a la barbuda condesa Trifaldi; con el mismo
objetivo entregan los duques a Sancho el gobierno de una de sus
"ínsulas".
Es también el caso del mismo Sancho, que, ante la dificultad de
encontrar a Dulcinea, opta por hacer creer a don Quijote que tres
rústicas aldeanas son Dulcinea y sus doncellas, en una espléndida
ejecución cervantina del tema
del "engaño
a los ojos".
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